Todos tenemos días malos y con
dificultades que nos sorprenden sin esperarlas, era el tercer día de una semana
laboral, uno de esos días en los que preferirías que las horas se resumieran a
12 en vez de 24, este fue así y me toco vivirlo segundo por segundo. Entre las
dificultades estaba tomar la última prueba control (examen) de una materia que
para los que estudiamos en el área administrativa es bastante complicada,
sumado a un cuatrimestre que desde su inicio no lo pronostique como el mejor,
pero la suerte estaba echada y tenía que cumplir con el programa y con las
políticas del centro.
Ya transcurrido el día, terminada la prueba y por consiguiente el periodo que cursaba, mi respiración volvería a la normalidad, la presión ya estaba dada por terminada, y lo mejor del día se veía venir, con gran desenvolvimiento termine la prueba completándole hasta el más mínimo detalle, pese a que durante el día no tuve ni un solo momento para dedicarle al estudio de la misma.
7:25 de la noche de regreso a casa, al abordar el metro, siendo este el transporte más ágil para el retorno, me toco cederle el asiento a un joven no vidente, que por su condición tiene preferencia ante todos para viajar cómodo y dirigible hacia su destino, tan pronto se acomodaba lanzó una súplica al aire -Por favor, al llegar a la estación Juan P. Duarte, donde pueda hacer el transfer me avisan, necesito hacerlo para continuar y abordar la otra línea - concienzudo de su discapacidad me hice receptor de su pregunta - viaje sin cuidado, yo tomaré la otra línea también, yo le acompaño- no muy bien me daba las gracias, cuando el tren ya se apresuraba a la parada donde nos quedaríamos.
No mencionar al staff de seguridad de aquel transporte urbano sería una mezquindad de mi parte, que fue vigilante cada momento al preguntarme si viajábamos juntos, que de no ser así, no tendrían problemas con dirigir aquel humano que daba lecciones a todo el que lo veía de que la mayor discapacidad es no ser agradecido con lo más preciado qué Dios nos da y esa es la vida sin importar la condición en la que nos encontremos.
En el largo camino hacia la siguiente línea, aproveche el momento para conocerle más de cerca, el sujeto que simplemente me pidió que le llame Joel, era un joven que irónicamente no era ciego ante la situación de todo tipo en el que vivíamos desde el económico hasta el de seguridad, es un terapeuta que ofrece sus servicios de forma personalizada y sin contrata, a un precio muy asequible y con una profesionalidad sin envidiar a ningún experto que tenga sus dos ojos bien altivos para realizar dicho oficio.
Todo transeúnte nos veía caminar mientras charlábamos, lo llevaba de mi mano orgullosamente, era mi equipaje menos pesado durante todo el viaje y con una satisfacción que me ahogaba, es de los ángeles tangibles que ocasionalmente no suelen aparecer en nuestras vidas, tan placentera fue la charla que me sentí en un momento que tenia a Dios en mis manos, en lugar de Él a mí.
Debido a que la línea es subterránea, donde uno pierde hasta la noción del tiempo por un breve lapso de todo lo que sucede en las afueras, nos movilizábamos desconectados, casi llegando a la estación de destino, a nuestro vagón abordaban personas con sus atuendos empapados de agua y con paraguas a cuestas, ya me podría imaginar lo que nos esperaba afuera, aproximados a nuestros destinos continúo de mi mano, ya había adquirido un tanto de responsabilidad que si lo dejaría es otras manos moriría de impaciencia durante toda la noche, Dios como gran consolador de los suyos detuvo el agua y salimos ilesos ante la lluvia, en ese momento pude tomar una vía fácil para tomar el transporte que me llevaría a casa, pero con todo el deseo preferí cambiar la ruta y dejar a este joven en un lugar más salvo.
El último obstáculo del recorrido era trepar un puente peatonal, que durante el día no ofrece la mejor seguridad y que por su condición intransigente es mejor, en algunos casos arriesgar un poco más la vida y tomar otra ruta, pero este caso ameritaba cruzarlo. La condición del puente era tal, que aun con el sol más candente no evaporaría tan fácil las charcas que este tenían, y mencionar el sol, era esperar que transcurriera la noche, que solo imaginarlo enferma, una sola laguna desde donde empieza hasta que termina, con la suerte echada y con la meta en nuestras narices seguimos hacia delante; hubo en un momento que tuvimos que ranear las orillas por las profundidades de algunos cauces, imagínense al no vidente y yo trepados con una sola mano por momentos, la otra mano ocupadas con su bastón y mi bolso de acuerdo al caso.
Hasta que por fin llegaríamos al extremo y cada quien tomaría su propio camino, alcance a ver un agente de la autoridad metropolitana para que detuviera un bus que le daría el último empujón a este buen amigo que no quitó ni por un momento su reluciente sonrisa y que al dejarlo nos confundimos en un buen apretón de manos, un abrazo y desearnos bendiciones en lo que nos queda de vida. Miré mis pies sorprendido que no tenía una sola pizca de agua, tenía mi pantalón seco y los zapatos con el mismo lustro de cuando lo limpie, al darme vuelta ya era tarde y aquel amigo se había marchado, quise regresar y mirar hacia sus pies a ver si era cierto, pasamos por un enorme charco que solo lo creería quien estuviera con nosotros, luego de la travesía me atiné una paz y me sentí un tanto realizado, porque había hecho una buena obra y sin lucro alguno, aprendiendo una lección qué me marcaría por siempre: "Mas claro ve un ciego con el corazón, que un vidente en su razón" ese día camine con Dios agarrado de la mano.
Ya transcurrido el día, terminada la prueba y por consiguiente el periodo que cursaba, mi respiración volvería a la normalidad, la presión ya estaba dada por terminada, y lo mejor del día se veía venir, con gran desenvolvimiento termine la prueba completándole hasta el más mínimo detalle, pese a que durante el día no tuve ni un solo momento para dedicarle al estudio de la misma.
7:25 de la noche de regreso a casa, al abordar el metro, siendo este el transporte más ágil para el retorno, me toco cederle el asiento a un joven no vidente, que por su condición tiene preferencia ante todos para viajar cómodo y dirigible hacia su destino, tan pronto se acomodaba lanzó una súplica al aire -Por favor, al llegar a la estación Juan P. Duarte, donde pueda hacer el transfer me avisan, necesito hacerlo para continuar y abordar la otra línea - concienzudo de su discapacidad me hice receptor de su pregunta - viaje sin cuidado, yo tomaré la otra línea también, yo le acompaño- no muy bien me daba las gracias, cuando el tren ya se apresuraba a la parada donde nos quedaríamos.
No mencionar al staff de seguridad de aquel transporte urbano sería una mezquindad de mi parte, que fue vigilante cada momento al preguntarme si viajábamos juntos, que de no ser así, no tendrían problemas con dirigir aquel humano que daba lecciones a todo el que lo veía de que la mayor discapacidad es no ser agradecido con lo más preciado qué Dios nos da y esa es la vida sin importar la condición en la que nos encontremos.
En el largo camino hacia la siguiente línea, aproveche el momento para conocerle más de cerca, el sujeto que simplemente me pidió que le llame Joel, era un joven que irónicamente no era ciego ante la situación de todo tipo en el que vivíamos desde el económico hasta el de seguridad, es un terapeuta que ofrece sus servicios de forma personalizada y sin contrata, a un precio muy asequible y con una profesionalidad sin envidiar a ningún experto que tenga sus dos ojos bien altivos para realizar dicho oficio.
Todo transeúnte nos veía caminar mientras charlábamos, lo llevaba de mi mano orgullosamente, era mi equipaje menos pesado durante todo el viaje y con una satisfacción que me ahogaba, es de los ángeles tangibles que ocasionalmente no suelen aparecer en nuestras vidas, tan placentera fue la charla que me sentí en un momento que tenia a Dios en mis manos, en lugar de Él a mí.
Debido a que la línea es subterránea, donde uno pierde hasta la noción del tiempo por un breve lapso de todo lo que sucede en las afueras, nos movilizábamos desconectados, casi llegando a la estación de destino, a nuestro vagón abordaban personas con sus atuendos empapados de agua y con paraguas a cuestas, ya me podría imaginar lo que nos esperaba afuera, aproximados a nuestros destinos continúo de mi mano, ya había adquirido un tanto de responsabilidad que si lo dejaría es otras manos moriría de impaciencia durante toda la noche, Dios como gran consolador de los suyos detuvo el agua y salimos ilesos ante la lluvia, en ese momento pude tomar una vía fácil para tomar el transporte que me llevaría a casa, pero con todo el deseo preferí cambiar la ruta y dejar a este joven en un lugar más salvo.
El último obstáculo del recorrido era trepar un puente peatonal, que durante el día no ofrece la mejor seguridad y que por su condición intransigente es mejor, en algunos casos arriesgar un poco más la vida y tomar otra ruta, pero este caso ameritaba cruzarlo. La condición del puente era tal, que aun con el sol más candente no evaporaría tan fácil las charcas que este tenían, y mencionar el sol, era esperar que transcurriera la noche, que solo imaginarlo enferma, una sola laguna desde donde empieza hasta que termina, con la suerte echada y con la meta en nuestras narices seguimos hacia delante; hubo en un momento que tuvimos que ranear las orillas por las profundidades de algunos cauces, imagínense al no vidente y yo trepados con una sola mano por momentos, la otra mano ocupadas con su bastón y mi bolso de acuerdo al caso.
Hasta que por fin llegaríamos al extremo y cada quien tomaría su propio camino, alcance a ver un agente de la autoridad metropolitana para que detuviera un bus que le daría el último empujón a este buen amigo que no quitó ni por un momento su reluciente sonrisa y que al dejarlo nos confundimos en un buen apretón de manos, un abrazo y desearnos bendiciones en lo que nos queda de vida. Miré mis pies sorprendido que no tenía una sola pizca de agua, tenía mi pantalón seco y los zapatos con el mismo lustro de cuando lo limpie, al darme vuelta ya era tarde y aquel amigo se había marchado, quise regresar y mirar hacia sus pies a ver si era cierto, pasamos por un enorme charco que solo lo creería quien estuviera con nosotros, luego de la travesía me atiné una paz y me sentí un tanto realizado, porque había hecho una buena obra y sin lucro alguno, aprendiendo una lección qué me marcaría por siempre: "Mas claro ve un ciego con el corazón, que un vidente en su razón" ese día camine con Dios agarrado de la mano.
Mark Alb. Rojas
Santo Domingo, 18 de Abril,
2013
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